sábado, 13 de diciembre de 2008

LIBRO : CAMBIO DE PALABRAS - ENTREVISTA A JORGE LUIS BORGES

A continuación me complazco en reproducir la entrevista realizada por el señor César Hildebrandt al gran escritor argentino Jorge Luis Borges, en su primera parte.

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JORGE LUIS BORGES
(19 DE DICIEMBRE DE 1978)
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Primera pregunta: ¿va a hacer usted conmigo lo que suele hacer con todos los periodistas?
- ¿Y qué hago?

Tomarles el pelo sin ninguna misericordia.
- Jamás he hecho eso en mi vida. Sucede que yo siempre he contestado sinceramente. Y todo el mundo prefiere suponer que esas contestaciones mías son bromas o ironías. Yo soy una persona educada, no le tomo el pelo a nadie. Y espero que no me lo tomen tampoco.

¿Sigue insistiendo en esa delicia de frase: la democracia es un espejismo de la estadística?
- Es un abuso de la estadística. Eso es verdad, es evidente.

¿Por qué evidente?
- Porque si se tratara de un problema matemático nadie supondría que la mayoría de la gente puede resolverlo. En política, sin embargo, sí se supone que la mayoría tiene la razón. Eso se vió en mi país, cuando el que sabemos obtuvo nueve millones de votos...

El que sabemos...¿Perón verdad?
-Sí

Su odiado Perón...Borges , usted lo llamó cobarde y rufián.
- Bueno, podría haber empleado palabras mas duras...

¿Pero le parece justo eso? ¿Ahora que él esta muerto y han pasado muchos años?
- Un rufián muerto sigue siendo un rufián. Y un cobarde muerto no es un valiente. La muerte no beneficia tanto. Aunque yo en una milonga digo :" No hay cosa como la muerte/ para mejorar a la gente".

Usted dijo alguna vez: "Yo siempre le pido a Dios -que no existe- el privilegio de dudar hasta que muera". ¿Sigue usted dudando, Borges?
- No.Yo ahora estoy seguro de que no hay otra vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranquiliza. Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado...Yo soy un hombre ético pero no religioso.

Ha dicho también, Borges, que considera un bochorno vivir tanto y que quisiera morirse. ¿Esa proximidad a la muerte no lo conduce a Dios?
- No. Me conduce a las esperanza de que no haya Dios y que no haya otra vida. Desde luego, las Sagradas Escrituras, llamésmoslas así, aconsejan vivir hasta los 70 años. Yo he cumplido 79. Recuerdo cuando mi madre cumplió 98 años - ella murió a los 99- me dijo: "¡Caramba, se me fué la mano!".

Usted es para muchas gentes tan edípico, Borges...
- ¿Por qué?

Su relación con su madre fue siempre tan intensa, tan obsesiva...¿No cree que había algo de edípico en ello?
-Bueno, como dijo Chesterton, lo único que sabemos de Edipo es que no padecía del complejo... Yo tengo un recuerdo tan puro y tan grato de mi madre. Ella ha muerto hace tres años. Yo no he querido cambiar nada de su pieza. Y cada vez que vuelvo a casa me asombro de que ella no esté esperándome. A la sirvienta, que es mujer del pueblo y que habla guaraní aparte de castellano, le pregunto: ¿Usted no la siente a madre? Y ella me dice: "Pero claro que la siento. La señora está aquí". No me lo dijo para alarmarme sino, al contrario, para tranquilizarme. Y entonces le hice otra pregunta: ¿Si usted la viera a mi madre en su cuarto, sentiría miedo? Y esta muchacha, la correntina me dice:" ¿Por qué miedo? Si no le tenía miedo cuando vivía, ¿por qué ahora abría de sentir miedo?".

Borges, usted ha cultivado una sorprendente modestia en torno a la estimación de su propia obra...
- Bueno, es que yo quiero ser olvidado.

Pero usted sabe que es un gran escritor.
- No creo. Yo no tengo obra. Mi obra es...

Una miscelánea...
- Una miscelánea, una ilusión óptica lograda por la tipografía.

Me está tomando el pelo, Borges. Usted no puede pensar eso de su obra.
- Claro que sí. Lo que me parece raro es que la gente sea tan indulgente conmigo. A mí no me gusta tanto lo que yo escribo. Claro que eso le pasa a todo escritor. Se han escrito libros sobre mí, que me aseguran que es muy bueno, y yo le dije: "Alicia, tú sabes que leo todo lo que escribes pero en este caso no voy a leer tu libro porque se trata de un tema que no me interesa o que, quizá, me interesa demasiado".

Como se lo recordó un periodista hace algún tiempo, Carpentier dice de usted que sus opiniones políticas son incalificables...
- No conozco a Carpentier. En cuanto a mis opiniones políticas, no creo que tengan importancia. Cuando escribo trato de prescindir de mis opiniones. La literatura es una operación misteriosa. Recuerdo aquí algo que dijo uno de mis autores preferidos, Kipling: "A un escritor le está permitido componer fábulas, pero no se puede saber cual es la moraleja". Es decir, un escritor no puede saber cuál será el resultado de lo que escribe en la mente de otros. Y eso le sucedió al propio Kipling, que, a pesar de ser inglés, demuestra en sus obras una evidente simpatía por la India y cuya casa natal, en Bombay, es ahora un museo. Las opiniones son generalmente superficiales, cambian...

Y usted ha cambiado, ¿verdad? Fue comunista, fue radical, hoy es conservador.
-Sí, pero conservador es una forma de ser escéptico. Cuando me afilié al partido dije algo que molestó...

Que sólo los caballeros siguen causas perdidas.
-Sí. Porque me preguntaron: "¿Usted va a afiliarse? Pero esta es una causa perdida". Y yo dije:"A un caballero sólo le interesan las causas perdidas". Y después dije otra cosa que les molestó: que el partido conservador tenía la ventaja de no poder provocar ningún fanatismo.

¿Nunca se ha sentido irresponsable cuando habla de política?
-Yo tengo mi conciencia clara. Nadie puede tomarme por comunista, por facista, por nacionalista...

Usted fue condecorado por Pinochet...
-Sí. Creo que Pinochet es un buen gobernante.Ese es el único Gobierno posible, así como el de Videla es el único Gobierno posible en Argentina. Estoy hablando de determinados países en determinadas épocas. ¿Pero por qué importan tanto mis opiniones políticas?

Porque usted es, aunque no lo quiera, un líder de opinión y lo que usted dice se toma con respeto...
-Pero no tiene por qué aceptarse. Yo mismo no estoy muy seguro de lo que digo.

Claro que no tiene por qué aceptarse. A mi me parece inaceptable lo que dice. Estamos de acuerdo.
-Si estamos de acuerdo, podemos cambiar de tema...Yo tengo mi conciencia cívica limpia. Por ejemplo, yo era director de la Biblioteca Nacional, que es un cargo no bien rentado pero muy visible. Cuando supe el resultado de ciertas elecciones, renuncié. Mi madre me dijo: "No podés servir a Perón decorosamente". Claro que no, le dije yo.

¿Esa fue la última vez, verdad? Porque la primera...
-La primera vez yo era simplemente bibliotecario...

¿Y es cierto que los peronistas lo nombraron inspector de precios?
-No, no. Me nombraron inspector para la venta de aves y huevos, para que yo renunciara. Yo comprendí e inmeditamente renuncié. ¿Qué sabía yo de venta de aves y huevos en los mercados? No poseía la erudicción necesaria. Y la verdad es que les agradezco a los peronistas. Porque si esto no sucede yo hubiera seguido en esa pequeña biblioteca de barrio, ganando 240 pesos mensuales. Dos o tres meses antes de que ocurriera aquello yo fui a una reunión con unas señoras inglesas. Y había una de ellas que leía el porvenir en las hojas de té. Me dijo iba a hablar mucho, que iba a viajar, que iba a ganar dinero hablando. Yo nunca había hablado antes en público. Pero así sucedió. Me hecharon de ese cargo y tuve que resignarme a dar conferencias, cosa que me aterraba.

Usted ha dicho que sus obras tal ves se puedan rescatar en seis o siete páginas. ¿Cuáles?
-Es que si nombro una quizá me dé cuenta que no es rescatable... A ver... Hay un poema que se titula "Otro poema de los dones"...

¿Es posterior a "Elogio de la sombra", verdad?
-No recuerdo bien la cronología de mis obras... Hay un poema sobre mi bisabuelo, el coronel Suárez, que comandó la carga de caballería peruana en la batalla de Junín. Tenía 26 años.

Y el prólogo de Lugones...
-¡Ah, sí! Yo creo que eso es lo mejor que he escrito. Vamos a condenar a todos lo demás y vamos a salvar ese prólogo, ¿qué le parece?

Ese texto es absolutamente magistral pero no puedo estar de acuerdo en que sea lo único salvable... Es extraño, sin embargo, oír de usted palabras generosas sobre algo de su obra.
-Hay también un poema que se titula "El otro tigre". Es lindo también, la verdad... Mis amigos me dicen que soy un intruso en la poesía. Yo creo que no. En todo caso, mi poesía es más inmediata y mas íntima que mi prosa. La prosa siempre ha sido un objeto que yo he fabricado. Pero tengo la impresión que la poesía es algo que sale directamente de mí. Ahora, ¿que haríamos sobre ese prólogo a Lugones? ¿A usted qué le parece? ¿Es poesía o es prosa? Creo que la diferencia es formal. De alguna forma es poesía también, ¿no?

Eso creo yo también...Sin embargo, usted tiene una imagen, digamos pública, de escritor cerebral, casi glacial a veces.
-No soy frío. Desgraciadamente, soy incapaz de pensamientos abstractos. He leído a los filósofos, pero me dejo llevar por la belleza de una frase. "Peregrina paloma imaginaria/que enardeces los últimos amores/alma luz, de música y flores/peregrina paloma imaginaria...". Que no quiere decir absolutamente nada, pero que es muy linda... El otro día encontré esta metáfora, que es tan hermosa: "Si no me hubieran dicho que era el amor yo abría creido que es una espada desnuda". ¿No es lindo y terrible? "Si no me hubieran dicho que era el amor yo abría creído que es una espada desnuda".

¿Dónde la halló?
-En una página de Kipling. ¿Increíble, verdad? No parece de Kipling. Cuando un verso es muy bueno ya no pertenece a nadie, ¿no? Se que cuando un verso es carácterístico del autor ya no es excelente.

Continuará....
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viernes, 12 de diciembre de 2008

"CAMBIO DE PALABRAS", EL LIBRO DE CESAR HILDEBRANDT



Amigos(as):
Ayer por la mañana me enteré de la presentación de este libro, del buen periodista peruano César Hildebrandt, quien posee la credibilidad suficiente para poder dedicarse a leerlo.

El Perú durante la casi década de Alberto Fujimori, pasó por una de las mayores crísis morales de su historia, la cual en gran parte, no tuvo freno por la prensa que se mantuvo renuente a cumplir con el papel de informar lo que venía ocurriendo en el país. Esto debido a que la mayoría de dueños de medios de comunicación, habían pactado con el Gobierno para no denunciar ningún hecho que le fuera incómodo al mismo. A cambio de ello, como ya está demostrado en vídeos y pruebas documentadas, estos dueños recibían dinero y privilegios.
Uno de los periodistas que se mantuvo al margen de esa especie de mafia mediática, fue el señor César Hildebrandt. Incluso fue hechado y otras veces tuvo que renunciar al no abdicar y ponerse a órdenes de los dueños de medios de comunicación y, por consiguiente del gobierno fujimorista. Fue en aquél entonces el periodista opositor abierta y declaradamente al Gobierno , no por razones políticas, sino de principios ante la corrupción que campeaba a diestra y siniestra en todos los estamentos del Estado.

César Hildebrandt no sólo es un valor importante dentro del periodismo peruano, sino que también posee un gran talento para escribir. Es un hombre que ha dedicado muchas horas a culturizarse y eso le da una gran capacidad intelectual. Varios de sus textos, están llenos de arte literario. Muchos de sus artículos pasarán a formar parte de la Literatura Peruana, como seguramente sucederá, para las generaciones futuras.

Otro de los innegables talentos de este periodista, está demostrada en sus entrevistas, no sólo a políticos, sino también a personajes vinculados con la Literatura.

Entonces, estamos hablando de un periodista completo, de fuertes convicciones morales y gran capacidad de análisis; todo esto pulcramente presentado a quienes gustamos de leer cada uno de sus artículos.

Ayer estuve en la presentación de la reedición de su libro de entrevistas. Es un acopio de las mejores y con los mejores hombres que han pasado por sus preguntas. Es el tipo de periodista que no se asombra estar frente a un Premio Nobel, que pregunta lo que nadie se atreve a preguntar y que muchas veces su entrevistado hubiera querido no haber pasado por ello; no porque la entrevista haya sido mala; sino porque el entrevistador sabía hasta lo que el entrevistado hubiera querido olvidar.

Comparto con ustedes las palabras que salieron publicadas hoy, respecto a la presentación del libro el día de ayer. En los siguientes días, pondré algunas entrevistas, sobre todo para quienes viven en el extranjero y no pueden acceder al libro.
El día de mañana pondré la entrevista que le hiciera a Jorge Luis Borges, en 1978.


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Palabras de anoche(*)
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Por : César Hildebrandt

Después de escuchar a César Lévano y a Pedro Salinas, lo mejor sería que hiciera lo que a Hugo Chávez no le dio la gana de hacer ante la exigencia borbónica del rey Juan Carlos. Pero los organizadores de esta presentación me demandarán si no digo algo.

Así que empezaré diciendo que agradezco a Tierra Nueva Editores, una editorial loretana, haber recordado que existía un libro llamado “Cambio de Palabras”, un libro agotado al punto de circular en fotocopias, un libro de entrevistas que hoy conoce esta segunda y aumentada edición, la que incorpora entrevistas que debieron de estar en la primera versión y alguna que otra realizada después de esa primera publicación.

Entre las novedades de esta edición están las entrevistas a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Manuel Scorza y Javier Valle Riestra. Y los editores han incluido, por su cuenta y riesgo, una entrevista que me hiciera Reynaldo Naranjo para sus “Talleres de Comunicación”, una entrevista que tomó la forma de un monólogo predicador al que Naranjo y José María Salcedo titularon, a mis espaldas, “El estilo Hildebrandt”, sea lo que fuere lo que esa frase quiera decir.

Ahora, déjenme decir algo sobre las entrevistas, que es el tema que nos reúne esta noche.

La entrevista consiste en hacer que el otro diga lo que no debió decir.

O en hacer que recuerde lo que no está dispuesto a recordar por placer.

O en empujar al otro a una respuesta que contradiga una tesis anterior sostenida por la víctima en una revista que tuvimos que rebuscar.
De tal modo que la entrevista es, como habrán visto, un pariente pobre del sadismo, un sustituto pálido del poder y un premio consuelo de la autoridad.

Algo o mucho debo de tener, por lo tanto, de sádico, de amante del poder y de autoritario. Y si los que me quieren no me creen, pregúntenle a quienes no me quieren y ya verán.

Y, sin embargo, las entrevistas que más me gustó hacer fueron aquellas que hice con el fervor de un cómplice. Es decir, aquellas donde nada tuve de sádico ni de amante del poder ni de autoritario.

Y veo que, de alguna manera, todas esas entrevistas entrañables tuvieron que ver con la literatura, el viejo amor al que le puse cuernos desde el primer día en que pisé una redacción.

Cuando era un lector maniaco, cuando era un adolescente maniaco leyendo diez horas diarias, siempre me soñé escribiendo en un garaje lleno de gatos y puchos de cigarrillo.

La vida me quiso, más bien, en una casa sin gatos pero con perros y con los puchos de cigarrillo de Rebeca. Porque es cierto que el hombre propone y los puchos son los que disponen.

Esas entrevistas beligerantes se cotizaron siempre más alto que las amables. Pero yo, en secreto, prefería las amables.

Y las prefería porque en ellas no se perseguía encontrar la verdad, ni descifrar un pasado, ni mapear el zigzag de una vida ni bucear en la historia de un partido o de una época.

En ellas no se perseguía nada sino que lo que se quería era tocar a dúo alguna improvisación, tocar al alimón alguna melodía que el tiempo haría irrepetible.

Con Juan Gonzalo Rose, el adagio más ronco; con Borges, el allegro de su cinismo; con Bryce, alguna opereta de Offenbach.

En esta edición depurada han sido suprimidas algunas entrevistas duplicadas y otras a las que los años habían cubierto de maleza.

Quedan, pues, en lo que a política se refiere, los testimonios de quienes encarnaron y encauzaron la política peruana del siglo XX.

Allí está Haya de la Torre, de quien recuerdo su casa mucho más pobre que rica, su persistencia en el error, sus brillos de interlocutor impaciente, y sus perros chuscos (sin alusiones contemporáneas) al cuidado de Jorge Idiáquez.

Allí está don Jorge del Prado, a quien jamás pude imaginar juvenil y desde cuya voz cascada salían eslóganes y grandiosos mitos que a mí me sonaban a juicios de Moscú.

Allí está Fernando Belaunde Terry, quien jamás me volvió a hablar después de esa entrevista, que consideró insolente e impropia.

Pero están también el entrañable y dignísimo Andrés Townsend Ezcurra, Héctor Cornejo Chávez, Pedro Beltrán Espantoso, Armando Villanueva, Hugo Blanco, Luis Alberto Sánchez, Pablo Macera, Luis Bedoya Reyes, Enrique Chirinos Soto, Julio Cotler, Leonidas Rodríguez Figueroa o Alfonso Barrantes Lingán.

También está en estas páginas, retratado para la posteridad que tanto amó, don Luis Miró Quesada de la Guerra, el fundador de “El Comercio” moderno y el hombre que guió al periódico a luchar en contra de la International Petroleum Company -sucesora de la Standard Oil Company, propiedad de los Rockefeller-, y a enfrentarse a la derecha fisiocrática que encarnaban “La Prensa” y sus mentores.

Después de leer esta lista de personajes entrevistados, nadie puede negar que lo que aquí se presenta es más que un libro. “Cambio de Palabras, segunda edición”, es, casi en su totalidad, un cementerio, un panteón de próceres, una sesión de espiritismo.

Es una lástima que estos muertos ilustres hayan muerto de modo tan intestado. De la izquierda de Barrantes, que estuvo a punto de llegar al poder, quedan sólo deberes que cumplir (y que espero que nadie quiera cumplir hasta el último cartucho).

De don Fernando Belaunde quedó una sigla, un hijo liberal, varios sobrinos, pero ningún partido. De ese prodigio de parlamentario y polemista que fue Héctor Cornejo Chávez sólo queda el reconocimiento perecedero de quienes lo escucharon. Y no quiero decir qué ha quedado de don Pablo Macera porque de eso se encargarán los años y ojalá que la compasión.

De los entrevistados en este libro-mausoleo, el único muerto intestado que dejó un partido y varias ferocidades en disputa, fue Haya de la Torre. Hoy, tras la muerte o la jubilación de los primeros combatientes, el albacea de Haya ha vendido las joyas de la abuela, la caja de laca japonesa, lo poco de antiimperialismo que quedaba, Collique y el Pentagonito, y gobierna con los hijos y nietos de quienes acusaron a su líder de narcotraficante y terrorista.

Alguien puede preguntarse por qué no hay una entrevista al doctor Alan García en este libro.

La respuesta es sencilla: porque el doctor García sólo concede entrevistas a quienes invita a Palacio para tomar el té.

Además, hay razones de otra índole. Los discursos del doctor García son tan variados y encontrados, tan contradictorios y simultáneos, que hacerle una entrevista sería una hazaña comparable a la de tirarle un dardo inmovilizador a un puma en acción.

Porque, ¿a qué García entrevistaría un periodista independiente que no fuese a Palacio a recordarle lo buenmozo e inteligente que es?

¿Entrevistaría al García proletario, al García-amigo-de-Pepe-Graña, al García de la CADE o al anpitucos, al que no cree en el Estado o al que inyecta diez mil millones de soles estatales en la economía, al García electoral del cambio o al García cambiado de la Presidencia?

De modo que este libro no ha incluido una entrevista al doctor García. Están, más bien, todos los que pueden explicar el porqué estamos como estamos y el porqué estos lodos vienen de esas polvaredas.

Por último, quiero referirme al silencio con el que este libro ha sido y será recibido. Con excepción de la revista “Caretas”, donde nacieron estas entrevistas, y de “La Primera”, que dirige don César Lévano –un especialista en el Mariátegui que todos apreciamos-, todas las demás coleguerías se han callado y habrán de callarse.

Quiero decir, con toda honestidad, que a lo largo de estos años he hecho todo lo posible por ganarme esos silencios.

Es más: soy autor de ese silencio. He construido a pulso ese silencio. Y, de algún modo, me enorgullece ese silencio que siento más estruendoso y más reconfortante que cualquier aplauso.

Muchas gracias.

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(*)Palabras dichas anoche en la presentación de la segunda edición, corregida y aumentada, de “Cambio de Palabras”. Los comentarios estuvieron a cargo de César Lévano, cuya generosidad intelectual jamás podré agradecer debidamente, y de Pedro Salinas, uno de los pocos periodistas y escritores que admiten que la amistad y el mutuo respeto pueden sobrevivir a las diferencias.

Fuente : "La Primera"
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